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18.08.15

Aníbal, la lluvia, China y el dólar: shock de realidad para la campaña oficialista

(TN) La derrota de Julián Domínguez en provincia no sólo fue un fracaso para Scioli, lo fue también para una gran porción del empresariado, del sindicalismo y para el propio Papa Francisco, que vienen acompañando la tesis de aquél de que reconciliando a la familia peronista la maquinaria digestiva del movimiento va a neutralizar y dejar en el olvido al kirchnerismo como haría una boa constrictor con un ratón.
Por Marcos Novaro

(TN) Tras las PASO los análisis tendieron a enfocarse en dos preguntas: ¿Podría Scioli perforar su techo? y ¿Cómo lograría Macri crecer a partir de su piso? Las dos llevan más o menos de cabeza a la misma conclusión: tienen que enfocarse ambos en desvalijarlo a Massa. Quien podría colaborar con uno de los dos, con ninguno, resistir más o menos bien o hundirse, pero más que de él mismo su suerte depende ahora de lo que hagan los dos principales contendientes.

Los cálculos sobre quién ganará en octubre o noviembre se van acomodando según las respuestas que se den a esta serie de interrogantes y consideraciones. Los más favorables a Scioli rezan que como el 60% de la gente ha votado una vez más a algún peronista, ese 60% son “votos peronistas” y tarde o temprano una buena proporción de ellos se inclinará por Scioli. 

El cálculo confunde costumbre con identidad: en verdad sólo entre 20 y 25% de los votantes se considera peronista, la mayoría de quienes votan peronistas lo hace con bastante distancia y una buena dosis de miedo y resignación. Pero la hipótesis no deja de tener su lógica: la polarización mecánica a partir de la situación creada en las PASO, sea que se dé bajo las fórmulas de Eduardo Fidanza, sea bajo las de Beatriz Sarlo, tiene buenas chances de colocar a Scioli en la Casa Rosada. No casualmente Sarlo y Fidanza coinciden en un punto decisivo: no hace mucha diferencia que gane Scioli o Macri porque son muy parecidos, incluso en el estilo; y si no hay mucha diferencia, no habría motivos para que cambie la costumbre.

Los cálculos opuestos invierten esa relación 60-40: según ellos siguen siendo mayoría los que quieren cambios, los que rechazan que “sigan gobernando los mismos”, y los que desconfían de un “kirchnerismo con rostro humano”.

Las comparaciones entre Aníbal Fernández y Herminio Iglesias que proliferaron en los días posteriores a las PASO estuvieron dirigidas a movilizar y potenciar esta opinión. Y aluden a una circunstancia más relevante (y en alguna medida también más demostrable) que la mera filiación histórica entre quienes fueron consagrados candidatos bonaerenses del peronismo entonces y ahora: igual que en 1983 la sociedad está hoy ante la oportunidad de elegir entre la tradición y la innovación política, puede optar por votar con miedo, por una gobernabilidad mediocre y reproductiva, o aprovechar la oportunidad que ofrece una nueva edición de la cíclica crisis peronista para darle un giro a la historia. Y en estos términos que gane Scioli o que gane Macri no sería ni de lejos parecido, sería como el día o la noche.

Esta segunda tesitura está cargada de ilusión y probablemente sea de por sí impotente para dar vuelta el resultado. Pero pareciera que la realidad política y económica vino en su ayuda apenas se terminaron de contar los votos. No sólo por el escándalo que generó la inundación bonaerense y el interrumpido viaje de Scioli a Italia. Lo que obligó al candidato a ponerse a tapar agujeros en el techo justo cuando pensaba empujarlo hacia arriba. Influye aún más que eso lo que empezó a pasar al mismo tiempo en la política y la economía, y afectó en ambos casos la frágil unidad del sciolismo.

La derrota de Julián Domínguez en provincia no sólo fue un fracaso para Scioli, lo fue también para una gran porción del empresariado, del sindicalismo y para el propio Papa Francisco, que vienen acompañando la tesis de aquél de que reconciliando a la familia peronista la maquinaria digestiva del movimiento va a neutralizar y dejar en el olvido al kirchnerismo como haría una boa constrictor con un ratón.

Aníbal es a este respecto una pésima noticia, pues pone el arranque de la pelea de fondo entre Cristina y todas las demás facciones peronistas con el marcador uno a cero. Y porque representa una amenaza mucho mayor que la de Zannini al frente del Senado y en la línea sucesoria, o la del camporismo controlando la Cámara de Diputados y el espinel de la administración pública nacional: Aníbal gobernador va a estar en condiciones de hacer con Scioli lo que Ruckauf hizo con De la Rúa, y Scioli no tiene chances de ganar sin que también gane el todavía jefe de gabinete, ni tendrá ninguna para desplazarlo de su cargo.

Así que su proyectado tránsito hacia el control del peronismo y de la propia coalición de gobierno se acaba de complicar considerablemente, y todos los que vienen colaborando con él con la expectativa de que ese era el mejor camino a seguir se acaban de dar un buen baño de humildad.

En cuanto a la economía, se acumularon en unos pocos días unas cuantas evidencias respecto a que arreglar con los holdouts y tomar deuda, para postergar los demás cambios, no va a ser suficiente: es decir, no va a ser posible evitar el ajuste hasta las parlamentarias de 2017, para que Scioli haga en ellas más o menos lo que le hizo Néstor al duhaldismo. China iba a ser la principal ayuda para conseguirlo, y ahora se convirtió en el verdugo de esa apuesta.

Se volvieron visibles las divergencias que en este terreno surgieron en el entorno sciolista cuando Mario Blejer acompañó casi explícitamente los planteos de Macri sobre el problema cambiario, justo al mismo tiempo que Miguel Bein trataba de mimetizarse del todo con Axel Kicillof: aquel ensayó una complicada distinción entre flujos y stocks para justificar su aval a la pronta liberación del dólar, lo que en buen romance significa una sola cosa, devaluar rápido y echarle la culpa a Cristina; mientras éste se dedicaba a denostar a los periodistas y colegas economistas que advierten sobre el retraso cambiario como si fueran los culpables de una situación en que no se puede exportar ni siquiera soja de más de 300 kilómetros de los puertos.

Casi tan ridículo como escucharlo a Scioli quejarse de que a Aníbal lo estigmatizan los medios hegemónicos después de haber ayudado a que se conocieran las denuncias en su contra: hay una tenue pero fundamental diferencia entre usar el amplio arco de discursos peronistas disponibles para disfrazar contradicciones y cosechar apoyos por el sí y el no a las libertades de mercado, que ser arrastrado por el temporal en que tarde o temprano terminan este tipo de jugueteos con las tensiones que condicionan la vida real; y no es que Scioli no conozca bien la diferencia entre una cosa y la otra, sucede simplemente que se le han empezado a volar y mezclar los papeles de lo que fue hasta aquí una campaña impecable.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)