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01.06.15

FIFA: lecciones sobre cómo la corrupción evita el cambio

(TN) Como los votantes africanos, asiáticos y caribeños de Blatter, buena parte de los argentinos asumimos que este estado de cosas no va a cambiar y conviene estar en la base de la pirámide de corrupción que fuera de ella. Cada tanto se nos ofrecen oportunidades para desafiar estos sistemas, como la que hoy se presenta para el negocio local del fútbol, y también en la competencia política más general, pero de ahí a que las queramos en serio aprovechar hay una distancia considerable.
Por Marcos Novaro

(TN) Un choque de planetas acaba de producirse entre la justicia norteamericana y la FIFA. No sería exagerado decir que encarnan dos modelos contrapuestos de construcción de poder a nivel mundial: uno, la república, la publicidad en la toma de decisiones y la igualdad ante la ley; el otro la corrupción, el clientelismo y las democracias amañadas. Cuándo no, veladas tras un discurso antimperialista: faltó poco para que Joseph Blatter denunciara que la CIA conspira en su contra.

Y lo más interesante del caso es que no está a priori muy en claro cuál de los dos modelos se va a salir con la suya, ni a cuál prefiere apostar la comunidad de naciones, mucho menos cuál es el más atractivo para el mundo de los negocios del fútbol, para sus clientes y representados. Presentemos primero a los actores y luego los pros y contras de lo que ofrecen.

La FIFA es sin duda la ONG más exitosa del mundo. Tal vez sólo comparable con la Iglesia católica, pero claro, ésta lleva de ventaja casi dos mil años de existencia, tapizada de logros, fracasos, aprendizajes y reformas. O supuestas reformas.

Ella ha llegado en los últimos tiempos a la cúspide de su poder en el manejo de un negocio global enormemente rentable, aunque signado por todo tipo de opacidades: desde lavado de dinero hasta operaciones de salvataje político de los gobiernos más autocráticos y corruptos del planeta.

Y pese a todas las evidencias acumuladas en su contra a lo largo de los años, la entidad que preside Blatter supo presentarse frente al mundo como más o menos democrática, y capaz de hacer funcionar eficientemente un gran negocio, en el que todos los que participan ganan. El escándalo que en estos días la azota pone en cuestión estas pretensiones, claro. Pero hasta aquí no parece que lo haya hecho de forma inapelable.

Enfrenta en esta tarea a la Justicia norteamericana, brazo particularmente activo en los últimos tiempos del soft power con que busca sostener y ampliar su predominio mundial Estados Unidos. Que en este caso logra actuar con las manos libres y gran espectacularidad contra el ocasional “eje del mal” formado por corruptos y falsos demócratas de diverso pelaje gracias a que no hay muchos norteamericanos involucrados en el negocio, a que varias autocracias, con la Rusia de Putin a la cabeza, destacan entre quienes han metido más a fondo las manos en la lata, y porque nadie más ha logrado hacer nada por detener una red de corrupción que se volvió con el tiempo notablemente impúdica.

Cuando casos parecidos, aunque no tan extendidos, afectaron a la NBA o al COI, las investigaciones judiciales fueron, recordemos, bastante menos espectaculares, y apuntaron más bien a promover reformas en esas instituciones y dejar atrás el escándalo. Ni la Justicia norteamericana ni la FIFA apuestan, al menos no por ahora, a una solución de este tipo.

Influye en esto último también la perfección que ha logrado la federación de fútbol en el manejo corrupto del dinero y el poder. Tal como señalan estudios politológicos comparados, es una de las instituciones más paradigmáticas a este respecto: Bueno de Mesquita, un muy perspicaz especialista en la materia, ha ubicado a la FIFA incluso en los primeros puestos de su listado de instituciones consiste y eficientemente corruptas. Veamos por qué.

En primer lugar, porque fue ampliando la masa de miembros que son clientes cautivos e intercambiables para quienes manejan los hilos desde la cúspide de la organización: la creación de asociaciones de fútbol en una cantidad de países que apenas si logran formar un equipo de 11 fue una de las primeras medidas que tomó Joseph Blatter, alentado por Julio Grondona y otros cráneos de la corrupción, cuando llegó al poder a fines de los noventa.

Esos nuevos socios no representan a casi nadie ni deben rendir cuentas de lo que hacen y votan, se conforman con las migajas del negocio que reciben desde el vértice de la institución y no tienen ninguna capacidad ni incentivo para participar de iniciativas reformistas, con las que correrían el riesgo de perder sus privilegios.

En segundo lugar, la conducción de la FIFA fortaleció el círculo estrecho de colaboradores que sí participa activamente de las decisiones, recibe mucho más cuantiosos premios por hacerlo y sostiene un pacto de silencio sin plazo de vencimiento. En los altos cargos, donde se manejan los negocios, rige la reelección indefinida, la cooptación tras haber cumplido un cursus honorum mafioso en las entidades asociadas y la total opacidad en el manejo de los recursos.

Este es el círculo de amigos del poder que perforó la investigación del FBI y la justicia norteamericana. Pero que no logró desmontar, porque como toda organización mafiosa, la FIFA tiene anticuerpos contra la traición. Y puede perder cualquiera de sus miembros y reemplazarlo, porque siempre va a poder reclutar nuevos colaboradores de entre los que vienen haciendo carrera en los niveles inferiores de la mafia. Mientras la cabeza y los órganos vitales sigan funcionando, el monstruo podrá sobrevivir.

Todo esto puede resultar muy útil y aleccionador para comprender cómo se reproduce el poder corrupto en muchas otras instituciones, tal vez no tan sofisticadas y exitosas como la FIFA, pero igualmente perdurables.

Y sobre todo permite entender por qué suele ser tan difícil cambiar esas instituciones, por qué en ellas se forman mayorías conformistas, que no es que desconozcan los problemas que las afectan, los pocos beneficios que ellos reciben comparados con los que acumulan los miembros privilegiados del círculo de poder. Pero no tienen a la mano vías muy confiables para la reforma, ni garantías de que en caso de que una reforma tenga éxito, ellos van a mejorar su situación.

Por caso, ello ayuda a entender por qué es tan difícil lograr cambios de este tipo en muchas instituciones de la política, la economía y la vida social argentina: la corrupción suele organizarse también entre nosotros muy aceitadamente, reproducirse a través de complejos mecanismos y ha sabido blindarse frente a traiciones y ofensivas reformistas en circunstancias críticas.

Es el caso de muchas organizaciones sindicales, del sistema federal de distribución de recursos fiscales, de muchas de nuestras fuerzas de seguridad y de amplias áreas del Poder Judicial, de buena parte del sistema de distribución de planes sociales y de montones de otras instituciones del país que no han cambiado nada o casi nada desde la transición democrática hasta nuestros días. Por eso, entre otras cosas, la república languidece, y el conformismo normalmente prevalece.

Como los votantes africanos, asiáticos y caribeños de Blatter, buena parte de los argentinos asumimos que este estado de cosas no va a cambiar y conviene estar en la base de la pirámide de corrupción que fuera de ella. Cada tanto se nos ofrecen oportunidades para desafiar estos sistemas, como la que hoy se presenta para el negocio local del fútbol, y también en la competencia política más general, pero de ahí a que las queramos en serio aprovechar hay una distancia considerable.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)