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27.04.15

Macri le enseña a Cristina a liderar sin reinar

(TN) Macri sabe que en su camino a la Casa Rosada debe demostrar no sólo que puede ganar la elección sino también que va a poder gobernar, frente a sindicatos, gobernadores y legisladores mayoritariamente peronistas. Y para eso es esencial que se muestre como un líder eficaz. Las PASO porteñas han servido doblemente para ello.
Por Marcos Novaro

(TN) Los medios oficialistas insisten en señalar el papelón que hizo Massa, del que no cabe duda, por cierto. Pero eso no alcanza a disimular la franca decepción en que terminó también la apuesta hecha por Cristina, que se jugó bastante más que Massa en esta ocasión.

Liderado por La Cámpora, el FPV hizo una pésima elección, que en proporción a los recursos consumidos arrojó los votos por lejos más caros de la ciudad. Y no sólo caros en términos monetarios: lo peor fue que consumieron una buena dosis del capital político que le resta a la Presidente.

Ella invirtió su imagen, su palabra y su presencia en levantar las chances de Mariano Recalde, con la idea de que así lograría que lo que le resta de imagen positiva en la Ciudad, entre un 25 y un 30%, se convirtiera en votos para los compadres de su hijo, y eso sirviera como prueba de la continuidad del proyecto, de que el kirchnerismo tiene mucho futuro por delante. De conseguirlo iba a poder decir, como cantan los pibes de la liberación, "para el proyecto, la reelección".

Pero la cosa no funcionó. Y es que en verdad no podía funcionar: para poder traspasar votos de una figura predominante a otras secundarias habría que haber dejado que florecieran otros liderazgos y legitimidades autónomas a la sombra del “proyecto”, habría que haber promovido a personas talentosas, dotadas de carisma y capacidades de gestión, en los puestos destacados de la administración, y nada de eso hizo el kirchnerismo en estos doce años de gobierno.

Todo lo contrario, concentró la legitimidad y las decisiones en el vértice y convirtió a todo el resto en soldados, como ellos mismos gustan identificarse. Y los soldados son anónimos, reemplazables, meros instrumentos, por lo que es natural que no sirvan de mucho como candidatos.

Hace unos días, entrevistada por un periodista ruso, CFK dijo que no tiene un candidato favorito porque eso supuestamente corresponde a la lógica de las monarquías y es incompatible con la democracia. Hablaba de la presidencial, no de la Ciudad. Pero en ninguno de los dos casos lo que dijo es cierto: la presidente se ha esmerado en promover a sus favoritos, no cabe duda de ello; y el problema no es que lo haga sino que no está logrando muy buenos resultados que digamos al intentarlo.

¿Por qué? En parte al menos la respuesta está en el carácter más monárquico que democrático de su liderazgo: es porque su proyecto desde el comienzo ha sido absolutamente personalista y verticalizado que le va a costar horrores resolver el problema de la sucesión ahora que la dinastía se ha agotado; incluso cuando se trata sólo de promover figuras para cargos subnacionales.

En las elecciones distritales hasta aquí realizadas ha habido ya suficientes pruebas de ello. El kirchnerismo casi no figuró ni en Salta ni en Santa Fe, donde las listas peronistas se conformaron principalmente con pejotistas clásicos. Hizo además un flojo papel en Mendoza y la ciudad de Buenos Aires. Sólo en Neuquén puede decir que compitió y salió segundo, aunque sin chance alguna de destronar al oficialismo local, el MPN. Electoralmente siempre fue así.

Desde un comienzo se trató de un fenómeno construido desde el poder central con escasa raigambre en la sociedad y el territorio. De allí que en muy pocos lugares haya logrado crear dirigentes atractivos y fieles y dependa, en mayor medida que el menemismo en su momento, de los peronistas de siempre para proveerse de apoyos locales.

Esta no parece ser la situación de Macri y el PRO, pese a tratarse de fenómenos políticos bastante más nóveles y hasta aquí más acotados. Ellos han sabido promover otras figuras con legitimidad propia, y confiando en las reglas democráticas han podido procesar la sucesión.

Macri sabe que en su camino a la Casa Rosada debe demostrar no sólo que puede ganar la elección sino también que va a poder gobernar, frente a sindicatos, gobernadores y legisladores mayoritariamente peronistas. Y para eso es esencial que se muestre como un líder eficaz. Las PASO porteñas han servido doblemente para ello.

Primero, porque le permitieron procesar la sucesión del liderazgo local sin mayores tensiones y sin perder votos. Y segundo y fundamental, porque mostraron a Macri y a su partido en condiciones de resolver conflictos usando las reglas democráticas. Que no sólo sirven para dividir el poder, para controlarlo, sino también para consolidarlo, darle continuidad y eficacia. Gracias a ello habrá más chances a partir de ahora para que los votantes confíen en que es posible y hasta deseable la alternancia, y ella no es sinónimo de “perder lo que tenemos” sin conseguir nada mejor en su reemplazo, como sugiere el oficialismo.

¿Cómo deja este resultado a los otros contendientes, Massa y Scioli?

El tigrense, después del papelón de Guillermo Nielsen y de la frustrada apuesta en bambalinas por Michetti, depende más que nunca para continuar en la carrera nacional de lograr un amplio acuerdo con el resto del peronismo disidente. En particular con De la Sota. Que le permitiría, si no tener chances de ganar, al menos sí de mantener dividido el voto peronista y darle continuidad a su pretensión de disputar el futuro liderazgo del partido.

Es todavía posible que este acuerdo prospere. Pero es preciso atender al hecho de que para el gobernador mediterráneo él tendría más una utilidad distrital que nacional: Córdoba sigue siendo casi lo único que le importa. Como no logró que Scioli baje a Acastello, candidato K que puede dividir el voto peronista cordobés y hacerle perder la gobernación a Schiaretti, es posible que De la Sota se vengue cortando lazos con La Plata y abrazándose a Massa y Rodríquez Saá.

Aunque más que venganza habrá en ello un riesgo calculado, y en cualquier caso provechoso: si Schiaretti igual gana será un triunfo que el gobernador saliente no compartirá con nadie, ni con Scioli ni con Cristina; y si pierde podrá decir que fue culpa de "estos" y una señal al peronismo sobre los riesgos de someterse a sus caprichos. Si no sella el acuerdo con Massa, en cambio, corre los mismos riesgos y estará más forzado a compartir el triunfo e impedido de compartir una derrota.

Aun en caso de que finalmente logre ungir a su sucesor, ¿se lanzará De la Sota a recorrer el país, sabiendo que al hacerlo el único beneficiario de su esfuerzo muy probablemente termine siendo Massa? Ya avisó que no piensa ser vicepresidente, cargo que seguro le trae malos recuerdos desde la interna peronista de 1988 en que acompañó a Cafiero. A menos que suceda un milagro y su imagen nacional despegue, lo más probable es que el cordobés se desentienda de la competencia y Massa compita sólo con Rodríguez Saá, lo que resultará bastante menos atractivo.

En cuanto a Scioli, tal vez haya encontrado en los resultados del domingo algo con qué consolarse: por más que él y Karina Rabolini le hayan dado su OK al INDEC, en el colmo de la sumisión, debe haber sido un alivio saber que los votantes, al menos los porteños, no le creen, y tampoco le creen a La Cámpora ni quieren que los represente. Eso le da al ex motonauta un motivo menos para ceder su última trinchera y entregar la vicepresidencia para que Kicillof y a través suyo CFK identifiquen su eventual elección con la reelección del proyecto. 

Dos preguntas están dando vuelta en su comando de campaña: ¿puede aceptar a este o a otro camporista sin perder votos moderados? Y más importante todavía, ¿podría hacer con Kicillof o con De Pedro lo mismo que hizo con Mariotto, transformarlo de comisario político en empleado subalterno, o será al revés y estos terminarían gobernando más que Scioli?

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)