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29.04.14

El no peronismo, ¿puede ser algo más que eso?

(TN) Los hoy “no peronistas” tal vez lo único que tienen en claro es que no quieren volver al viejo antiperonismo, pero eso no quiere decir que sepan cómo hacer pos-peronismo mejor de lo que ya lo hacen los propios peronistas, ni cómo cooperar con facciones moderadas del peronismo sin ser absorbidas por su juego.
Por Marcos Novaro

(TN)  Su nombre no dice nada, pero por eso mismo lo dice todo: a primera vista, al menos, lo único que caracteriza a este espacio es ser lo que queda fuera del multifacético y amplísimo mundo peronista, un resto disperso y sin ninguna identidad propia que, mal que le pese, estaría obligado a orbitar alrededor del sol de nuestro sistema político.

Condición que pareciera confirmarse cuando hacemos un poco de historia: se empezó a hablar de “no peronismo” después del colapso de la Alianza en 2001 para aludir a los restos del naufragio del radicalismo en su capacidad de competir por el poder, solo o en alianzas, de igual a igual con los peronistas; y la dispersión desde entonces de buena parte de sus huestes, y las de otras fuerzas “no peronistas”, en una miríada organizaciones y corrientes, todas ellas bastante efímeras y de acotada raigambre.

En lo que siguió, el pluralismo de partidos (que en verdad nunca había llegado a consolidarse en el país, pero al menos parecía hasta ese momento tratar de hacerlo) tendió a ser reemplazado más que nunca por el pluralismo peronista. Que consiste en esencia en que distintas facciones de esta fuerza compitan en elecciones generales para acceder al gobierno nacional, y en ocasiones también a cargos distritales y legislativos, ocupando las posiciones más expectables y representativas del espectro político. Así sucedió en las presidenciales de 2003, en las legislativas bonaerenses de 2005 y de nuevo en las de 2013, y parcialmente en otras elecciones menos decisivas del período.

¿Volverá a ser el caso de las presidenciales del año que viene? Si la competencia principal es entre Massa y Scioli, la elección de 2015 tenderá a parecerse a la de 2003. Dos interrogantes circulan en estos días al respecto: ¿los electores estarán conformes con que así sea?, ¿las demás fuerzas políticas pueden hacer algo para evitarlo?

Para contestar estas preguntas conviene atender antes a las razones por las que llegamos al final del ciclo kirchnerista en estas condiciones. Ellas se corresponden en parte a la pretensión oficial de reformatear el sistema político argentino, terminando de disolver, vía cooptación y polarización, a las fuerzas políticas tradicionales. Pero tal vez en mayor medida aun obedecen al fracaso de dicho proyecto refundacional, y a la capacidad de resistencia y sobrevivencia, pese a todas sus debilidades, de esas fuerzas tradicionales.

Observemos también que el fracaso oficial a este respecto ha sido doble. De un lado, fracasó en relación al peronismo, que se “kirchnerizó” sólo superficialmente. Tan es así que donde reproduce su poder, el territorio, los sindicatos, el ejercicio de gobiernos locales y distritales, sigue siendo en esencia el mismo que en 2003.

Del otro, fracasó en su esfuerzo por fracturar y absorber la savia de las demás fuerzas, en particular las “progresistas” como el radicalismo y el socialismo. No es casual que gracias al ocaso oficial de estos días el primero esté recuperando cohesión y vitalidad, y que el PS además de sobrevivir a los intentos de fracturarlo esté logrando nacionalizarse, para convertirse en contraparte principal de aquél en el Frente Amplio Unen.

Lo que de todos modos no logra hasta aquí recuperar la UCR es una posición sólida en el centro político, que le permita crear una coalición suficientemente amplia hacia la izquierda o hacia la derecha, o como solía hacer en sus buenos tiempos (y sigue haciendo en los actuales el peronismo) hacia ambos extremos del espectro al mismo tiempo. En parte porque ese centro está mucho más ocupado que antes por las facciones peronistas. Y en parte porque lo que éstas no ocupan los radicales deben ahora disputárselo con otros, en particular con el PRO.

Volviendo a las preguntas de más arriba, entonces, la cuestión que se plantea es si, de cara a 2015, radicales y socialistas estarán en condiciones y dispuestos a hacer lo que haría falta para superar este problema. O si aun cuando lo intenten no van a lograr mucho porque una gran mayoría de los votantes en cualquier caso va a participar del pluralismo peronista e ignorar otras ofertas. En el debate inicialmente disparado por el lanzamiento del FAU estas dudas giran en torno a la posibilidad y conveniencia de incluir al PRO, y también sobre la posición más o menos distante que deberían estas fuerzas adoptar frente al peronismo.

Todavía es muy pronto para responder conclusivamente a cualquiera de estas cuestiones, y los que sientan al respecto posiciones tajantes las suelen justificar más en preferencias y especulaciones que en datos y argumentos bien fundados, así que conviene cuidarse de ellos. Pero existen de todos modos pistas interesantes para explorar el asunto. La primera que salta a la vista es que hay similitudes pero también diferencias con 2003.

En primer lugar, igual que entonces aparecen dos opciones peronistas que, en su relativo equilibrio de fuerzas y sus diferentes planteos de continuidad y cambio respecto a las políticas en curso, pueden atraerse a muchos votantes no peronistas, que verán en la posibilidad de apoyar la más afín una buena forma de hacer que sus votos valgan; pero a diferencia de 2003 las encuestas indican hoy un creciente hartazgo con el peronismo en general y un escaso temor al “fantasma de la ingobernabilidad”, es decir al riesgo de perder ese piso mínimo de orden que, mal o bien, sólo los peronistas parecen poder brindar cuando las papas queman.

En segundo lugar, los votantes de 2003 tenían fresca en la memoria el fracaso de la Alianza, que atribuían al menos en parte a que distintos partidos se habían unido con el sólo impulso de ganarle al peronismo, y luego no habían sabido mantenerse unidos para gobernar; mientras que en 2015 se votará al menos en alguna medida a contraluz de la experiencia de 2011 (que no fue sino el clímax de un formato de competencia practicado con poco éxito durante toda la década) en la que las fuerzas fragmentadas de la oposición mostraron su incapacidad para hacerle frente, e incluso para ponerle límites, a la voluntad oficial.

¿Significa esto que habría un aval social suficiente para sostener un acuerdo entre el PRO y el FAU, que permita vencer resistencias ideológicas y recelos gracias al atractivo que ejercerá un premio mayor en términos de cargos y, lo que nunca hay que desatender, la reparación de más de una década de frustraciones? Sería exagerado darlo por descontado. No le falta razón a los radicales que recuerdan el fracaso del entendimiento con De Narváez para desaconsejar ahora uno parecido con Macri. Aunque tal vez lo que enseñe ese fracaso es que los acuerdos son difíciles de procesar por los votantes cuando no tienen clara justificación tampoco para quienes los tejen.

El principal problema de ese frustrado entendimiento de 2011 fue que en ningún caso alcanzaría para los fines que explícitamente se proponía, conquistar la mayoría, y para metas más modestas y realistas, como salvar la ropa de facciones políticas en retroceso asegurándoles al menos algunos cargos legislativos, era claro que duraría menos que un suspiro.

Ese papelón, claro, también estará en la memoria de los votantes a la hora de emitir el sufragio el año que viene. Y exige por lo tanto que la discusión sobre las ventajas, desventajas, oportunidades y dificultades de los acuerdos electorales se plantee ahora más seriamente que entonces y contemple no sólo las condiciones para sostener la cooperación en el eventual ejercicio de cargos de gobierno, sino el mutuo respeto entre las fuerzas aliadas y la forma de convivir con las demás, en particular, con el peronismo.

Respecto a lo cual hay una certeza pero también otro interrogante abierto: los hoy “no peronistas” tal vez lo único que tienen en claro es que no quieren volver al viejo antiperonismo, pero eso no quiere decir que sepan cómo hacer pos-peronismo mejor de lo que ya lo hacen los propios peronistas, ni cómo cooperar con facciones moderadas del peronismo sin ser absorbidas por su juego. Cuestiones cuya resolución, aunque no sea tal vez tan urgente en el período electoral, será tan o más decisiva para lo que vendrá a continuación.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)