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17.06.13

Massa, Cristina y la fuerza del destino

(TN) Hace más de dos años se lo anticipó el jefe de la Cámpora a un viejo dirigente duhaldista con estas palabras: “Con ustedes no nos vamos a ensañar porque el tiempo les juega en contra, el verdadero problema son los jóvenes traidores”. No hizo falta que le aclarara de quién estaba hablando.
Por Marcos Novaro

(TN) Cuando los políticos son poderosos suelen dar la impresión de que hacen lo que quieren y, sobre todo, logran que los demás quieran lo mismo que ellos; así que la política se reduce al despliegue de sus voluntades. Cabe decir, sin embargo, que casi nunca un político, por más poderoso que sea, logra controlar todas las consecuencias de sus actos, no digamos ya las de los demás. Así que reducir la política al ejercicio de la voluntad ofrece como mucho una visión parcial de la realidad; y en ocasiones es nada más que una ilusión: ello queda a la luz por ejemplo cuando hacen eclosión procesos que nadie controla ni puede detener, los actos mejor pensados de los políticos más avezados producen consecuencias que nadie esperaba, y dirigentes bien entrenados en el más extremo voluntarismo se ven obligados de pronto a hacer cosas que, muy poco antes, no habían siquiera considerado aceptables o posibles.

Se tiende a pensar, también, que cuando los personalismos son más fuertes y las instituciones en cambio son débiles o están ausentes es cuando más fácil les resulta a los jefes imponer su voluntad, realizando el sueño de la omnipotencia y la omnisciencia. Pero a veces lo que sucede en esas circunstancias es que ellos se vuelven víctimas de su propio mito: carentes del marco y el orden que sólo ofrecen instituciones sólidas, el poder se les escurre como arena entre las manos.

¿Es la competencia electoral en ciernes una de esas ocasiones? Los análisis que hasta aquí más se escuchan no abonan esta idea. Aunque registran un importante cambio de las condiciones generales en que se desenvuelve la política: ya no hay una voluntad descollante que los demás siguen o resisten, pero en cualquier caso ordena al conjunto, sino que hay varias, y cada vez más, cada vez más autónomas. Como sea, estos análisis siguen centrados en las voluntades: se esmeran por descubrir las claves del comportamiento de los contendientes, como si se tratara de expertos jugadores de póker que ocultan la información sobre sus cartas y estrategias, y se preparan para actuar por sorpresa calculando cómo maximizar el aprovechamiento de sus recursos, todos sentados en torno a una mesa en la que se sabe qué hay en juego, con qué reglas se está jugando y más o menos el arco de opciones que tiene cada uno a la mano.

Algo de todo eso hay, claro, y el episodio de la reciente inscripción de los partidos y las alianzas que competirán en los comicios de agosto y octubre puede reconstruirse en alguna medida en esos términos. Pero cuando tomamos un poco más de distancia y repasamos lo sucedido en los últimos meses no pueden dejar de advertirse unos cuantos acontecimientos imprevistos, y encadenamientos de acciones y reacciones que nadie esperaba se desenvolvieran del modo en que lo hicieron. Sin ir más lejos, apenas unos meses atrás nadie podía prever que el programa de Jorge Lanata iba a tener el impacto que tuvo sobre la agenda  pública y sobre la imagen del gobierno. Pocos imaginaban incluso en el oficialismo que el Ejecutivo lanzaría una reforma judicial como la que intentó, y tal vez nadie, ni dentro ni fuera del gobierno, previó la cascada de reacciones negativas que generaría en la Justicia, cuyas consecuencias aún no conocemos del todo. Los pronósticos de los economistas con que se prefiguraba el escenario electoral en general tendieron a desmentirse, en parte debido a otra cantidad de iniciativas oficiales cuyos efectos tampoco fueron los esperados. Y por último, aunque muchos pudieron temerlo, es obvio que nadie podía prever que justo en el momento de decidir las candidaturas bonaerenses iban a volver a chocar trenes suburbanos y producir víctimas fatales.

Sumando todo esto podría concluirse que la contingencia y la incertidumbre están moldeando el escenario electoral, y que los actores, aun los más poderosos, se comportan en él como frágiles veleros en medio de la tormenta. Aunque, por otro lado esa también sería una descripción parcial de las cosas. Si bien es cierto que la contingencia pone lo suyo, si prestamos atención al mediano plazo podría concluirse que lo que vivimos se parece a una tragedia anunciada: ni el oficialismo tuvo nunca muchas chances de hacer cosas muy distintas a lo que intenta, ni tampoco el resto de los actores, en particular los peronistas que compiten con él por el poder, se apartan del libreto que ya tenían desde un principio escrito.

Era más o menos cantado que el gobierno de Cristina iba intentar someter a los jueces y nacionalizar y polarizar la elección para plebiscitar su gestión; también lo era que no daría espacio a sus adversarios internos en las listas y buscaría disciplinarlos a través del manejo discrecional de los recursos fiscales y la presión de la “militancia”. Por otro lado, era también previsible que cualquier peronista con aspiraciones debía buscar su propio camino más que tratar de negociar con el kirchnerismo, y para tener éxito se enfrentaría a la complicada ecuación que correlaciona inversamente la dependencia de los fondos nacionales con la independencia de su imagen pública. Estamos viendo ya cómo esa correlación juega claramente a favor de unos y en detrimento de otros en el minué que han venido bailando Massa, Scioli, De Narváez, Macri y el conjunto de los intendentes del conurbano.

¿No significa esto que desde el principio el gran adversario a combatir para el kirchnerismo era Massa? Hace más de dos años se lo anticipó el jefe de la Cámpora a un viejo dirigente duhaldista con estas palabras: “Con ustedes no nos vamos a ensañar porque el tiempo les juega en contra, el verdadero problema son los jóvenes traidores”. No hizo falta que le aclarara de quién estaba hablando. ¿Por qué entonces se ensañaron tanto con Scioli, por qué no hicieron más para sacar al intendente de Tigre de la escena, por qué le permitieron manejar sus tiempos? Tal vez se equivocaron, tal vez pesó la contingencia, o tal vez simplemente fue el destino.

Marcos Novaro es miembro del Consejo Académico de CADAL.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)