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23.04.13

Cristina, Lázaro y Pedraza, las víctimas de la semana

(TN) Aunque el liderazgo cristinista aún es potente, si siguen proliferando los que tratan de colgarse de su sotana y lavarse la cara en su agua bendita, y lo hacen con cuentas pendientes demasiado pesadas a los ojos de la sociedad, el barco empezará a hacer agua por todos lados y las cosas pueden terminar saliéndole muy mal a todos los que dependen de su suerte.
Por Marcos Novaro

(TN) En la semana que pasó, tres representantes del poder enfrentaron con similares estrategias las acusaciones que cayeron insistentemente sobre ellos. El método es ya conocido: victimizarse, presentándose como el lado débil del conflicto, y atribuyendo el rol de poderosos villanos a sus acusadores. Pero pocas veces como ésta dicho método se utilizó con tanto desparpajo, y para tal variedad de situaciones.

Lázaro Báez, señalado como lavador serial de la red de cartelización y corrupción que ya varias veces desde el inicio del kirchnerismo se denunció viene controlando la obra pública santacruceña y nacional, y que gracias a Jorge Lanata ahora se conoce en detalle, usó el recurso de la victimización para tratar de  dar vueltas las cosas en su declaración pública del viernes pasado: “No es de buena gente ensuciar a quien no puede defenderse y murió peleando por mejorar la vida de los argentinos”, dijo, aludiendo a Él, claro, pero también a sí mismo, como si una conjura montada por poderosos y oscuros intereses, usando a los “medios hegemónicos” de siempre, se hubiera ensañado contra un pobre hombre que, igual que Fabián Rossi, Fariña, Elaskar y otros honestos emprendedores, se mata laburando para pagar la olla.

José Pedraza, otrora omnipotente jefazo ferroviario, hoy huésped obligado del servicio penitenciario, intentó algo parecido horas antes, cuando interpretó que la bala que había matado a Mariano Ferreyra no sólo había “rozado el corazón de Kirchner” sino también “el de cada ferroviario” y por extensión, el suyo.

En su caso era evidente que no sólo le interesaba dejar en claro que estaba del lado de las víctimas. Y que su destino estaba atado al del mismísimo prócer de Río Gallegos. Sino que resaltar este destino común le permitía hacer un muy poco sutil llamado a la solidaridad gubernamental: implicaba una clara advertencia sobre la posibilidad de que arrastre en su caída a otros miembros del oficialismo, como ya hizo con el ministro de Trabajo, descuidado en sus conversaciones telefónicas y por ello frustrado aspirante a cualquier candidatura futura.

Por último, la propia Presidente recurrió al expediente de victimizarse ante la masiva protesta del jueves 18, tuiteando compulsivamente desde Venezuela en contra de los que se la pasan gritando, agrediendo, acusando: “¿Por qué será que en todas partes los que no pueden argumentar o convencer para ser mayoría, se tornan violentos? ¿Porque son minoría? … Me tocó ser minoría absoluta (sola y solita) en el Parlamento argentino, y lo hice sin insultos, y sin incitación a la violencia… Es uno de los peores aspectos de la condición humana, el de querer destruir al otro.

Cristina Fernandez de Kirchner junto a Lázaro Baez

Al que es diferente, al que piensa distinto… Siempre me pregunto: ¿Qué sentirá cuando llega a su casa alguien que sólo grita, agrede o golpea? ... De cualquier modo, a full con la mano extendida, la sonrisa y la alegría”. Por suerte en lo que quedó del día se dedicó a comentar las canciones de Silvio Rodríguez.

En su caso, a diferencia de los anteriores, no hay que esforzarse en hacer dobles lecturas, en buscar amenazas soterradas ni cosas por el estilo.

El mensaje es transparente y escueto: quien proteste no plantea un reclamo legítimo que el funcionario de gobierno esté obligado a escuchar. Está dañando la comunión en el amor y la alegría que une a la presidente con su pueblo, con “la mayoría”; una sagrada comunión de sentimientos nobles. Así que no merece que le den ni la hora.

Además de la notable sintonía con el discurso utilizado en la reciente campaña electoral por Nicolás Maduro, que se cansó de hablar del amor para preludiar sus virulentas diatribas contra los “personeros del odio”, es oportuno traer a cuenta el más cercano antecedente local de este giro cristinista: no sólo en el contenido de su reforma judicial, el gobierno de Cristina está emulando la dictadura de Onganía también en los motivos religiosos con que convoca a destruir a los elementos desviados de la sociedad, los que siembran la división porque quieren la ruina del país. Le falta tan apenas el mote que por aquel entonces se puso de moda para descalificar a los enemigos: subversión.

Es claro que para que pretensiones como las de Báez y Pedraza funcionen, hace falta que la de Cristina siga siendo eficaz, les de sustento y les habilite el ingreso al campo de las víctimas injustamente maltratadas: porque necesitan que los poderosos sean otros, los causantes de los problemas sean los que están enfrente y no en el gobierno y su entorno, en suma, que la comunión en el amor entre pueblo y gobierno siga derramando su potencia salvífica hasta en los peores crímenes políticos cometidos en estos años. Lo que tal vez sea pedirle demasiado.

Porque aunque el liderazgo cristinista aún es potente, si siguen proliferando los que tratan de colgarse de su sotana y lavarse la cara en su agua bendita, y lo hacen con cuentas pendientes demasiado pesadas a los ojos de la sociedad, el barco empezará a hacer agua por todos lados y las cosas pueden terminar saliéndole muy mal a todos los que dependen de su suerte.

La solución que al menos por ahora adoptó el gobierno es la selectividad: Báez sí, Pedraza no. Habrá que ver si con eso alcanza.

Fuente: (TN)