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24.05.18

Reforma educativa y competencia política

(El Observador) El «botín» de la educación y la actitud de los partidos.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) El miércoles pasado fue un día para recordar. En el Palacio Legislativo, en un Salón de los Pasos Perdidos espléndido (como siempre) y repleto (como pocas veces), asistimos al lanzamiento de la propuesta de reforma educativa de Eduy21. El senador Pablo Mieres, que habló en nombre del Partido Independiente, sintetizó el clima que se respiraba de una manera muy apropiada. Dijo que asistíamos a la "resurrección de la esperanza". Completamente de acuerdo. Los presentadores, Fernando Filgueira y Renato Opertti, insistieron en que la propuesta es un "libro abierto", es decir, un conjunto de ideas que esperan ser ampliamente debatidas por la ciudadanía. Es con ese espíritu, compartiendo la resurrección de la esperanza y con la vocación de aportar al menos un grano de arena a la iniciativa en marcha, que están escritas estas líneas. No me referiré al fondo de la propuesta sino a cuál debería ser su trámite político. Antes de explicitar mis preguntas quiero compartir algunas definiciones.

¿Qué es Eduy21? Es un think tank creado por una comunidad epistémica. Según Emanuel Adler y Peter Haas, una comunidad epistémica es una red de profesionales que comparten principios, valores, creencias causales y propuestas en un área determinada. También comparten, y esto es clave, que el conocimiento científico juega un papel decisivo en la dinámica de las políticas públicas. Esa red se fue conformando lentamente, a medida que el campo de estudios sobre política educativa se fue volviendo más denso animado, entre otros, por sociólogos, politólogos, economistas, historiadores y filósofos, instalados en distintas organizaciones públicas y privadas (universidades, centros privados, agencias del Estado, etcétera). La frustración de las expectativas de cambios estructurales durante la presidencia de José Mujica, primero, y la de Tabaré Vázquez, después, los llevó a constituir un think tank. Acertaron al dar este paso. Es evidente que, de este modo, llevaron a un nuevo nivel tanto su capacidad de producción de propuestas como su impacto político.

Quiero destacar otros tres grandes aciertos estratégicos de la comunidad epistémica educativa que anima Eduy21. En primer lugar, tanto Filgueira como Opertti insistieron en rescatar los logros de todas las administraciones desde 1985 en adelante. Esto es clave porque minimiza posibles resistencias de los diferentes partidos. No quieren cobrar cuentas sino dinamizar el cambio. En segundo lugar, el pluralismo en su integración: desde Ricardo Vilaró (referente en la Comisión de Educación del FA) a Pablo Da Silveira (propuesto como ministro de Educación por Luis Lacalle Pou durante la campaña electoral de 2014), pasando por Javier de Haedo (Partido de la Gente), Robert Silva (Partido Colorado), y Denise Vaillant (Partido Independiente). En tercer lugar, no haber presentado una propuesta cerrada sino un "libro abierto". Esto, además de ser un nuevo testimonio de respeto profundo hacia el pluralismo que caracteriza a nuestro sistema político, es una señal muy clara para todos aquellos que recelan de posibles sesgos tecnocráticos.

El público siguió con entusiasmo la presentación y los comentarios. Un pasaje de la propuesta fue el más aplaudido. Fue cuando Fernando Filgueira argumentó que la educación no debe ser un "botín político". De inmediato me asaltaron dos preguntas. La primera: ¿por qué el público condena tanto la competencia política? La segunda: ¿realmente el mejor escenario es que la educación no sea un "botín político"? Es evidente, pensé, que la ciudadanía teme que la competencia política se convierta en un obstáculo para la reforma. Admito que tiene buenas razones. A veces ocurre que los cálculos políticos de corto plazo conspiran contra reformas de fondo. También es cierto que, dada la entidad de las innovaciones propuestas, es clave blindar política y socialmente el cambio educativo. Sin embargo, la experiencia enseña que, al menos en Uruguay, cada vez que se arroja la competencia política por la puerta se vuelve a colar por la ventana.

La experiencia de planificación más ambiciosa que recuerda nuestro país, la llevada adelante entre 1961 y 1965 por la CIDE, ilustra claramente este punto. Los planificadores sospechaban de los actores políticos (los consideraban cortoplacistas, "miopes") y de la competencia política (la consideraban un obstáculo). Pretendían que los partidos adoptaran sus propuestas al pie de la letra, tal como habían sido formuladas por los expertos. Nuestros partidos tomaron por otro camino. No las ignoraron. En mayor o menor medida, cada uno a su manera, las fueron adoptando. Pero las adaptaron con todo rigor a sus estrategias de competencia política y a sus tradiciones ideológicas. Adoptaron las propuestas de la CIDE, a pesar de sospechar de su "aroma tecnocrático", precisamente, porque vieron en ellas un botín político.

Max Weber, grande entre los grandes, escribió: "Los intereses (...), y no las ideas, dominan directamente la acción de los hombres. Pero muy a menudo las 'imágenes del mundo', creadas por las 'ideas', han determinado como guardagujas los rieles sobre los que la acción viene impulsada por la dinámica de los intereses". Los invito a llevar la sospecha weberiana hasta sus últimas consecuencias. Supongamos que la "acción política viene impulsada por la dinámica de los intereses", ¿no será conveniente, en ese caso, que nuestros partidos políticos vean en la reforma educativa un "botín"? ¿No será necesario, para que la reforma avance, que compitan intensamente entre ellos por liderarla? ¿Deberíamos pedirles que pacten entre sí renunciando a diferencias y matices dictados por sus propias tradiciones ideológicas?

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)