Artículos

04.05.18

El dilema de Macri ante el dólar y la inflación: cambiar ahora o aguantar hasta el final

(TN) El Presidente sigue confiando en su equipo económico, pero los resultados de la gestión no son los esperados.
Por Marcos Novaro

(TN) Los funcionarios del Ejecutivo se esmeran en estos días en mostrarse calmos, transmitir confianza y minimizar los problemas resultantes del salto del dólar. Por más que ellos se sumen, ante los ojos de todo el mundo, a los que provienen de la persistente inflación, de la presión opositora contra los aumentos de tarifas y del deterioro de las condiciones externas para seguir endeudándonos. Y financiar la superación gradual y sin mayores tensiones de todos estos desequilibrios.

Puede que algo de razón tengan: cuando pase el temporal y “la volatilidad de los mercados” quede atrás, como dice Marcos Peña, tal vez se pueda ver que no fue tan terrible que el Banco Central perdiera alrededor de US$ 8000 millones de reservas, si logra más o menos rápido recuperarlas; y que tal vez no todo el aumento del dólar se va a precios, si se logra en parte revertir y en parte amortiguar con el alza de las tasas y se sigue reduciendo el déficit según el programa fiscal.

De todos modos, un poco exagera el jefe de Gabinete cuando sostiene que estos problemas son simples consecuencias “de vivir con un tipo de cambio flotante", que el "Banco Central está a cargo de la situación" y que nada de lo que sucede aquí desentona con lo que pasa en otros lugares del mundo.

La verdad es que la Argentina está en una situación mucho más delicada que otras economías y otros sistemas políticos. La tormenta de la suba de tasas en Estados Unidos nos agarra en un muy mal momento. Por la debilidad que experimenta el gobierno frente a una oposición por primera vez en mucho tiempo unida y desafiante. Por la poca confianza de la opinión pública y de los operadores económicos en que tanto él como el Banco Central sean capaces de controlar la situación. Y por la centralidad que ha adquirido la discusión sobre la inercia inflacionaria.

Siempre sucede en nuestro país que los precios acompañan más fielmente que en otros lados la suba del dólar. Simplemente porque todas las devaluaciones practicadas en contextos de inflación crónicamente alta o muy alta que soportamos en el pasado nos enseñaron que más temprano que tarde esa convergencia se produce, y los que no alcanzan o alcanzan tarde al dólar con sus precios (los de sus productos o sus ingresos) son los que pierden, y les pagan el impuesto inflacionario a los demás. De allí que una devaluación siempre signifique un salto inflacionario. Y no va a ser distinto esta vez, por más que se esfuerce el gobierno en machacar con que no habrá ya aumentos importantes de tarifas, y por más altas que ponga sus tasas el Central.

Por tanto, no es tan cierto tampoco que lo que sufrimos sea el costo de la flotación cambiaria. Porque no sucede aquí que el dólar suba y luego baje; siempre está subiendo, más rápido o más lento, pero siempre se mueve en una sola dirección, dado que todo el tiempo la moneda local se está devaluando. En verdad lo que sufrimos, entonces, es el costo de un régimen que destruye todo el tiempo el valor de la moneda, y más puntualmente sufrimos en estos momentos el costo del gradualismo con que se encaró la reforma de dicho régimen, que implica obviamente reducir sus efectos pero muy de a poco. Respecto a lo cual, como sabemos, no había alternativa. Y aún más precisamente sufrimos que se programara dicho gradualismo con previsiones muy optimistas, que no se están cumpliendo. Respecto a lo que sí había alternativas: como el propio Macri reconoció en una reciente entrevista con Julio Blanck y Eduardo Van Der Koy, fue un error creer que se podría bajar más rápido la inflación y al mismo tiempo evitar un ajuste inicial más duro y al mismo tiempo hacer crecer la economía; eso debió advertirse ya bastante tiempo atrás. Y no limitarse a correr la meta de 12 a 15% para este año, sino enfocar la entera cuestión de otro modo.

Pero ya es tarde para lamentarse. Para lo que no es tarde es para preguntarse si todavía le conviene al gobierno insistir con la política que viene aplicando, tal vez haciéndole algunos retoques, o debería cambiarla por otra cuanto antes. Es decir, antes de tener el año electoral encima y que sea ya imposible gestionar un giro de esas características, con bajo costo y tiempo suficiente para que se se vean algunos frutos al momento en que se llame a las urnas.

La preferencia del Presidente seguramente es apretar los dientes e insistir: no le gusta eso de andar cambiando de idea y todavía tiene confianza en su equipo. La corrida contra el peso y la poca eficacia del Central para contenerla puede que haya minado un poco su fe en el pulso de Sturzenegger, así como Dujovne tal vez haya quedado devaluado por algunas desprolijidades y cierta imprevisión sobre la tormenta que se desataría. Pero nada de eso parece suficiente para alterar la decisión de llegar a las elecciones con estos colaboradores y este programa. Que la firmeza sea en esta ocasión una ventaja y no un problema extra es algo que habrá que esperar para saber.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)