Entrevistas

29.06.14

Juan Pablo Cardenal:

«América latina comete un error estratégico con las inversiones chinas»

Para el escritor y periodista español, autor de La silenciosa conquista china, sobre la expansión del gigante asiático, muchos países de la región negocian sin calcular riesgos y consecuencias de los capitales llegados de Pekín.

Por Gabriel Salvia  | Para LA NACION

Cuando se habla de China, además de su asombroso crecimiento económico, se suele hablar de oportunidades para las inversiones y el comercio internacional, que el país que hoy es el gran inversor y prestamista del mundo está expandiendo en varios continentes. También lo hace en América latina, donde, sostiene Juan Pablo Cardenal, se están considerando estas inversiones con mirada de corto plazo.

"Nadie le está exigiendo a China que añada valor a las economías receptoras. Ese cortoplacismo es un error estratégico que América latina está cometiendo", dice Cardenal, periodista y escritor español que pasó la última década entre China y Hong Kong. Coautor del libro La silenciosa conquista china (Crítica), desde hace cuatro años realiza investigaciones acerca de la internacionalización de China en 40 países del mundo. "El problema es -sostiene- qué capacidad de negociación e influencia tienen los gobiernos y las empresas cuando se sientan a negociar con China."

Para Cardenal, no cabe esperar cambios profundos hacia una apertura democrática en China, a menos que el "pacto social" entre el Partido Comunista y los ciudadanos (una economía próspera por un monopolio del poder) se resquebraje.

-¿Qué impacto político, institucional y social pueden generar las inversiones chinas en América latina?

-Hay una cara amable y otra no tanto. Si China invierte en América latina, genera flujos comerciales, crea empleo, exporta capital, construye infraestructuras; todo eso es innegable y produce efectos positivos. El problema viene cuando a esas inversiones añadimos las malas prácticas empresariales y los bajos estándares sociales, laborales y medioambientales. No olvidemos que China invierte en el extranjero con su propio modelo y mentalidad: malas condiciones laborales, impacto medioambiental, cero transparencia, corrupción, impacto social, acuerdos sólo con las elites. Por tanto, en el fondo depende de cada país receptor (de sus gobiernos, medios de comunicación, instituciones, ONG y demás) exigirle a China que cumpla la ley y que haga negocios de acuerdo con los estándares que son aceptados internacionalmente. Si no son esos países receptores quienes lo hacen, ¿quién lo va a hacer? Otra cuestión, y aquí está parte del problema, es qué capacidad de negociación e influencia tienen los gobiernos y las empresas cuando se sientan a negociar con China. China viene con el dinero bajo el brazo, tiene la demanda por los recursos naturales, tiene el mercado futuro más grande del mundo, vincula la extracción de recursos con la construcción de infraestructuras y concede préstamos. Por lo tanto, ¿qué gobierno quiere poner eso en riesgo sólo porque en una mina, por poner un ejemplo, las condiciones laborales no sean las mejores? Lo que China ofrece es una tajada a corto plazo, y por tanto, nadie le está exigiendo a China que añada valor a las economías receptoras, por ejemplo, invirtiendo en plantas de procesamiento de esos recursos. Ese cortoplacismo es un error estratégico que América latina está cometiendo.

-¿Cuáles serán los futuros pasos de China en América latina?

-Se supone que China seguirá vinculada a América latina de dos maneras: una, seguirá invirtiendo en proyectos vinculados a su abastecimiento de materias primas; y dos, tratará de convertir a América latina en uno de sus mercados de exportación de referencia, no sólo para productos de bajo valor, sino también para productos de tecnología media que entren en esos mercados por la vía del precio. Ejemplos son los automóviles, la maquinaria, los satélites, los electrodomésticos, los equipos informáticos, las redes de telecomunicaciones. También seguirá China vinculada a América latina a través de los préstamos que conceda a determinados países.

Juan Pablo Cardenal - Crédito James G. Y

-¿Cuáles son las principales amenazas a la economía en China?

-Fundamentalmente, las derivadas de las turbulencias sociales. Y éstas tienen que ver con varios factores. Por un lado, con las desigualdades sociales, las cuales se relacionan con el propio modelo de crecimiento, ya que al tren del progreso sólo les está permitido subir a unos pocos. Éste es un riesgo enorme para la economía china y para la propia supervivencia del Partido Comunista. Segundo, las precarias condiciones laborales. Las condiciones han mejorado en los últimos años precisamente porque eran una amenaza social, y por tanto aumentaron el salario mínimo y otras variables para aplacar a esos millones de trabajadores inmigrantes que podían provocar un estallido social en cualquier momento. Por último, el medio ambiente: China corre el riesgo de estar enferma antes de hacerse rica, y si quieren que eso no pase tendrán que pensar en adoptar un modelo más sostenible. Pero, entonces, ¿cómo incorporar a millones de trabajadores cada año? ¿Y cómo ser competitivo si China es cada vez más cara, cosa que ocurre por varias razones, entre ellas, la subida de los salarios y el adoptar políticas menos contaminantes?

-¿Por qué considera que la apertura económica en China no generará demandas de apertura política?

-Yo llegué a China en 2003 y lo que se oía siempre era que China iba a ir democratizándose a medida que fuera desarrollándose, que la apertura económica conllevaría sin lugar a dudas una apertura política. Y, por tanto, que había que darle tiempo. Poco después se decía que los Juegos Olímpicos de Pekín iban a ser una fuerza de cambio inevitable, y que estábamos a la vuelta de la esquina de una apertura en toda regla. Ahora se dice que con Xi Jinping ocurrirá seguro, porque es un reformador con la capacidad suficiente para arrastrar al Partido Comunista en esa dirección. Más de 10 años después, yo estoy convencido de que ese axioma es falso, una mercancía que los chinos han sabido vender con mucha habilidad y que muchos extranjeros han comprado ingenuamente. Yo no veo que a mediano plazo China vaya a cambiar: las elites no tienen ningún incentivo para hacerlo, porque todas ellas se benefician del statu quo; y tampoco Xi Jinping tiene la fuerza ni el carisma de Deng Xiaoping para echarse el Partido a la espalda. Quiero decir, aunque quisiera, que lo dudo, no podría, porque hay demasiadas facciones dentro del Partido que se lo impedirían. Para mí, el Partido Comunista tiene dos objetivos principales: 1) monopolizar el poder sine díe; y 2) hacerse cuanto más ricos, mejor. En este contexto, no puedo ser muy optimista incluso en el supuesto de que la población demande democracia y libertades, algo que también está por verse.

-A 25 años de los sucesos de Tiananmen, en junio pasado, ¿cuál fue el verdadero impacto de las protestas, la cantidad de víctimas de la represión y qué consecuencias tuvo en la continuidad de los reclamos por libertades políticas y civiles?

-No se sabe cuánta gente murió, pero se intuye que más de 1000 personas, quizá más. Lo importante, desde mi punto de vista, es que el Partido Comunista aprendió una gran lección, y todo lo que ha ocurrido después está de algún modo vinculado. Lo que quiero decir es que el ala dura del Partido es la que desde entonces tiene el control, y no hay más que ver cómo tratan a los disidentes, los conflictos en el Tíbet o a los practicantes de Falun Gong para cerciorarse de ello. Desde 1989 la consigna es mano dura, en la creencia de que una vía de agua o se tapona enseguida o se enquista como Tiananmen y luego no hay quien la pare. La madrugada del 3 al 4 de junio de hace 25 años fue un acontecimiento muy triste, pero lo peor fue la represión que siguió y que hoy continúa, porque aún hay estudiantes encarcelados 25 años después. De aquellos estudiantes no queda nada: están muertos, exiliados o en la cárcel. Y mi sensación es que el mensaje caló profundamente en las generaciones que siguieron. Es cierto que muchos no saben nada de lo que pasó, consecuencia del apagón oficial, pero los que sí lo saben supongo que tienen claro que el monopolio de poder del Partido Comunista no se discute. Y todo eso está ocurriendo con el silencio, cuando no la complicidad de Occidente y del resto del mundo.

-¿Qué desafío representa el régimen del Partido Comunista chino a la globalización de la democracia y los derechos humanos?

-Yo veo al Partido muy sólido, pero si han de venir cambios profundos no será porque haya un contagio del extranjero. Los líderes chinos han dejado en claro que el objetivo es alejarse de todo lo que suponga ser un país con contrapesos o checks and balances. Creo, por el contrario, que si ha de haber un cambio vendrá desde adentro. Ésta es la razón por la que el gobierno chino da tanta importancia a la economía; mientras ésta tire, la gente prospera y sigue en vigor el pacto social entre el Partido Comunista y sus ciudadanos (yo te doy prosperidad, tú no pones en duda mi monopolio del poder). El día que la economía se pare y la gente tenga la impresión de que ese pacto se ha roto, mientras vea que unos pocos se han enriquecido obscenamente y una mayoría sufre, entonces las posibilidades de que haya un problema gordo que derive en no se sabe muy bien qué aumentan considerablemente.

-¿Y cuál es el impacto de China en las democracias más desarrolladas?

-Los países occidentales, que durante décadas se dedicaron a dar lecciones al resto del mundo en cuanto a democracia y libertades, en cuanto perciben que China tiene que jugar un papel decisivo en su recuperación económica y en el futuro, están poniendo el tema de los derechos humanos en segundo plano. Es lamentable, pero es así: entre el dinero y los valores, manda el dinero; entre los derechos humanos y la economía, manda el dinero. Hemos visto en los últimos tres años un retroceso claro con respecto a cómo los países occidentales abordan el tema de China y los derechos humanos. Canadá, que siempre se había mostrado crítico, está ahora en silencio, consecuencia de su giro estratégico hacia Asia y China; ya vimos el papelón que hizo el primer ministro británico, Cameron, en su visita a China el año pasado, lo que levantó mucha polémica en el Reino Unido; lo mismo ocurre con Francia, después de que Sarkozy criticara la represión en Tíbet justo antes de los Juegos Olímpicos de Pekín; y en Bruselas, el asunto de los derechos humanos está fuera de agenda. Así que, una vez más, vemos cómo el mundo se está adaptando a China, y no al revés, como sería lo normal.

UN FUTURO POSIBLE

- ¿Cuál es la proyección global de una alianza entre China y Rusia?

- El acuerdo energético que acaban de firmar China y Rusia es muy importante y viene refrendado por una cifra mareante: 400.000 millones de dólares. Es ésta una cooperación lógica en el sentido de que una China voraz de crudo y recursos naturales tiene, al otro lado de su frontera norte, toda la oferta que necesita sin tener que transportarla desde lugares lejanos o a través del estrecho de Malacca. Rusia, por su parte, quiere vender su gas y crudo, ¿y quién mejor que el país con más demanda y más dinero? Ahora bien, pensar que eso puede llevar a una alianza estratégica de futuro entre los dos países es precipitado. Moscú y Pekín pueden desde ya aliarse en la ONU a propósito de Corea del Norte, Irán, Siria o Ucrania, pero sus diferencias son también sustanciales. De nuestra investigación en Siberia se desprendió una desconfianza total de los rusos hacia los chinos. Y la prueba de ello es que, pese a sus necesidades complementarias, apenas han sido capaces de cerrar ninguna inversión relevante en el sector de los recursos naturales, a excepción de la anunciada hace unos días.

MANO A MANO. UN INVESTIGADOR TRAS LAS HUELLAS DEL GIGANTE

Juan Pablo Cardenal, periodista y escritor español, es corresponsal de varios medios españoles en China y Hong Kong desde 2003. También es colaborador de medios internacionales, incluido el South China Morning Post de Hong Kong, The New York Times, el Aftenposten de Noruega y The Times of London. En 2011 publicó con Heriberto Araújo el libro La silenciosa conquista china (Crítica), una rigurosa investigación por 25 países de África, América latina y Asia siguiendo la huella de China y su caza de recursos naturales y expansión de inversiones que ya fue publicado en nueve idiomas. A principios de 2015 publicará la segunda parte de su obra: la llegada de China al mundo occidental y el impacto que ese fenómeno está teniendo en los gobiernos, la economía y la sociedad. Después de vivir 10 años entre China y Hong Kong se encuentra momentáneamente en España, desde donde respondió a esta entrevista. No le simpatizan las redes sociales, pero tiene un blog en el diario El País de España sobre la expansión internacional de China: http://blogs.elpais.com/conquista-china/ una fuente de consulta imprescindible para seguir los pasos del gigante asiático.

Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina)