Entrevistas

18.03.07

Jorge Edwards:

«Hay que construir sociedades de consenso para desarrollarnos»

El gran escritor y pensador chileno brinda su crudo diagnóstico sociopolítico de la actual realidad Latinoamericana. Critica a Chávez, a Cuba y a los partidarios de la confrontación permanente. También carga contra las extendidas ideas de perpetuación en el poder, a través de las reelecciones.

Por Gabriel C. Salvia *

—¿Podría resumir el epílogo que ha hecho para la nueva edición de “Persona non grata”?

—Ha tenido muchas ediciones, ya ni sé cuantas. Cada cierto tiempo se reimprime. Yo he hecho muchas veces un prólogo nuevo. A comienzos de este año, hice un epílogo que reemplaza al original, que tenía mucho que ver con situaciones chilenas, con la embajada de Chile en Francia, con Neruda. Reemplacé ese epílogo por otro, que es un comentario de la situación latinoamericana de hoy, mirada desde la perspectiva de Cuba y de la influencia de Cuba; que naturalmente ha decaído, ha cambiado y ha tomado otros caracteres. Pero de todos modos han surgido en América latina, unos pequeños “Fideles”, del estilo de Hugo Chávez y compañía. Es un análisis de ese fenómeno, que a mí me parece un fenómeno bastante anacrónico, teóricamente débil (no tiene una base ideológica como la que pudo tener la revolución cubana en sus comienzos), fenómeno pseudo marxista y bastante populista, con caracteres incluso cercanos al peronismo y al nacionalismo latinoamericano. Por ejemplo, hay curiosas citas y alusiones a la experiencia militar de Velasco Alvarado en Perú. Eso lo ha dicho alguna vez Chávez. Es un análisis de esta situación. Yo no creo que ese fenómeno sea tan asustador como lo ven algunos, porque creo que va a pasar y que está empezando a pasar, a pesar del triunfo de Correa en Ecuador. Porque Correa en Ecuador se desmarca bastante, en el fondo, de Chávez, a pesar de que declara toda su amistad con él. Dice que el Ecuador no va a estar influido ni por Bush, ni por Chávez. Mi análisis llega hasta la elección de Bachelet y los primeros días de su gobierno en Chile, no alcanza a tocar lo de Ecuador ni la reelección de Lula.

—¿Estaría de acuerdo en que básicamente hay dos alternativas de “modelo” para seguir en América latina, uno que lo representaría Chávez y el otro, la experiencia de la Concertación Chilena?

—Hasta cierto punto, sí. La Concertación Chilena tiene en este momento algunos problemas que creo que son serios. Y tiene algunos brotes de izquierdismo al estilo antiguo, al estilo de Salvador Allende, de la Unidad Popular y de Chávez. Pero, básicamente, sigue siendo una coalición de centroizquierda que ha funcionado bien y que en la práctica ha implementado un modelo de mercado, de economía bastante liberal, con inflexiones sociales importantes, pero de tono liberal en el fondo. Se hacen declaraciones de principios favorables a un socialismo a la antigua, pero en el fondo se aplica una economía moderna.

—¿Coincide en que se simplifican las corrientes de izquierda en América latina, donde hay muchísimos matices?

—Es que el fondo del castrismo, y que se repite en Hugo Chávez, es la idea de la confrontación permanente, de la provocación y de la división. Ese fondo está en Marx. Es el tema de la lucha de clases, la guerra interna de la sociedad, etc. La idea que ha tenido la izquierda latinoamericana, muy extrema en realidad, ha sido que esa lucha de clases hay que agudizarla, hay que provocarla. Eso existió en todos los comienzos del fidelismo e incluso existió en la Unidad Popular chilena y es una de las razones de su fracaso. La idea contraria es la idea de la concertación, de la colaboración, del consenso social. Y esa segunda idea, completamente opuesta, es la que finalmente ha predominado en Chile, en la izquierda chilena, con muy raras excepciones. Y es lo que ha permitido que Chile tenga un desarrollo bastante interesante. La otra idea se basa en que si no hay un enemigo, hay que inventarlo. En alguna medida, el izquierdismo extremo latinoamericano ha usado a Estados Unidos como el enemigo ideal, el enemigo que hay que tener. Y eso yo creo que es un error profundo. Un error moral, político y filosófico. Nosotros tenemos que construir sociedades que sean de consenso, de colaboración, para tratar de salir del subdesarrollo en que estamos, en gran parte, por esa actitud.

—Treinta y tres años desde que se publicó su libro “Persona non grata”. ¿Cuánto tiene que ver el papel de los países de América latina, especialmente las democracias que surgieron después de las dictaduras, en que Cuba no inicie una transición a la democracia y se respeten allí los derechos humanos?

—Yo creo que nosotros con respecto a la democracia somos débiles. Tenemos una especie de complejo. Nos parece que la democracia es el mal menor. Y yo creo que ese es un error muy profundo. Creo que nuestra ideología debería estar basada en los grandes principios, en los principios que vienen del siglo XVIII ilustrado francés y europeo. En el fondo, aquí, en esto, se refleja nuestra debilidad en el desarrollo intelectual moderno, porque España y América latina tuvieron una ilustración débil, un romanticismo llorón, que no tiene el fondo del gran romanticismo europeo y tiene una modernidad bastante precaria. Esa es la verdad de las cosas. Entonces nosotros somos demasiado tolerantes frente a las tonterías que nos lanzan desde Cuba o desde Venezuela. Somos demasiado condescendientes, no tenemos una firmeza sólida frente a esos problemas. Y creo que ahí somos responsables prácticamente todos -por lo menos los gobiernos se caracterizan por esa condescendencia- y que es un error, porque nos afecta a todos nosotros. Llegado el momento, en nuestra política interna, surgen manifestaciones que son aberrantes y que derivan de esa falta de claridad. Por ejemplo, en Chile, hay una cierta simpatía por los estudiantes encapuchados que tiran piedras a la policía y una cierta antipatía de principio con la fuerza policial que guarda el orden. Siempre esto se manifiesta en las declaraciones políticas de la izquierda, la centro izquierda, etc. Los otros días, un grupo de esos encapuchados, entró en una biblioteca de la Universidad. ¡Sacó más de mil volúmenes y los quemó en la calle! Entonces, cómo podemos tener simpatía por eso. Eso es netamente fascista. Eso lo hicieron los nazis en Alemania y lo han hecho estos encapuchados ahora en Chile. Seguro que esos encapuchados son castristas. Si usted les pregunta van a decir que son castristas, que son admiradores de Hugo Chávez, etc. Entre los volúmenes quemados, estaba la biblioteca particular de tres grandes intelectuales chilenos: Ricardo Latcham, que fue un gran crítico literario; Mariano Latorre, un novelista de la época del criollismo; y Mario Góngora, un historiador muy notable, una de las personas que han pensado con más claridad en el siglo XX chileno. Esos fueron los libros que quemaron estos chicos, estos encapuchados, pseudo estudiantes. Así que nosotros tenemos mucho que recorrer todavía. Tenemos que ser muy claros y mucho más firmes en estas cosas. Un amigo mío me dijo el otro día: “tu eres cada vez más de derecha” y yo le contesté: “¿entonces los encapuchados que tiran piedras y que queman libros me vas a decir que son de izquierda?”. Se quedó callado.

—¿Qué piensa de la evolución que ha tenido la izquierda democrática en América latina?

—En el fondo, los intelectuales que son inteligentes -porque acuérdese de una cosa: ser intelectual no es sinónimo ni prueba de ser inteligente- han reaccionado y han cambiado. Piense el caso de Mario Vargas Llosa, quien era un hombre de extrema izquierda cuando lo conocí en París, en los años ´60, y hoy día es un hombre que ha cambiado completamente. Y hay muchos otros casos. Fernando Savater es otro caso. Yo creo que los mejores intelectuales han reaccionado. Muchos se han quedado atrás, pero lo que importa es la vanguardia intelectual: es la que da el tono y es la que, en el fondo, tiene una especie de hegemonía intelectual, ganada solamente en el terreno de las ideas. Eso es lo que interesa. Siempre seremos pocos, pero hay que aceptar esa situación y hay que seguir alerta.

—También da la sensación, por lo menos uno lo nota aquí en la Argentina, que el tema de los derechos humanos se politiza bastante. Entonces, algunos de los que critican al régimen cubano no criticaban las dictaduras militares y los que sufrieron violaciones a los derechos humanos (en este país tenemos un premio Nobel de la Paz , como es Pérez Esquivel) aparecen en una tribuna al lado de Fidel Castro. ¿Por qué no hay una honesta defensa de los derechos humanos?

—Eso suele pasar en la Argentina y no entiendo por qué. Lo que sí es muy clásico es esta defensa unilateral de los derechos humanos. Estos son válidos para un lado o para el otro según la definición política de la persona. Entonces, para el premio Nobel argentino, los derechos humanos hay que defenderlos en Chile pero no en Cuba. Yo he defendido los derechos humanos en Chile y en Cuba. Y eso es lo difícil, lo importante y lo interesante. A uno lo acusan de muchas cosas por hacer eso, pero hay que seguir.

—Usted conoce la posición que tuvo en su momento la Unión Europea de invitar a los disidentes a las embajadas; una forma de reconocerlos, algo que en la Argentina tiene una rica tradición, cuando embajadas como las de Francia, Venezuela y Estados Unidos invitaban a los que eran perseguidos por temas políticos para sacarlos de ese ostracismo en el cual la dictadura militar argentina los metía. ¿Cómo ve la discusión que se da en la Unión Europea y porqué cree que están tan lejos los países de América latina de siquiera discutir algo como eso?

—La Unión Europea creo que estaba en una posición correcta cuando empezó a abrirse a la disidencia en Cuba y que después tuvo algún retroceso en la materia. Pero, en fin, la visión europea siempre es la visión humanista, en el fondo, la visión ilustrada: es la visión de los derechos humanos en su sentido clásico. Y entre nosotros, esa visión, como ya le decía, es débil. Está confundida y es borrosa por una especie de distancia geográfica, que también es una distancia intelectual y hasta ética. Pero yo creo que la línea que siguió en ese momento la Unión Europea era buena. Por ejemplo, yo estuve en Madrid hace poco, en un homenaje a Raúl Rivero, el poeta cubano que estuvo preso y que hace poco consiguió salir y ahora reside en Madrid. En ese homenaje había representación del Partido Popular (era todavía la época de Aznar) y había representación del Partido Socialista, que era menor, pero existía, y estaba presente en el homenaje: eso me pareció bastante importante. Y esa es una actitud que felizmente existe en Europa, que en esa materia tiene una claridad que nosotros no tenemos.n

* Periodista de CADAL

Fuente: Diario Perfil (Buenos Aires, Argentina)