Entrevistas

14.02.07

Jorge Sigal:

«Me resisto a decirle a mis hijos que estuvo fenómeno todo lo que hicimos en el pasado»

«Hablar de fracaso nos obliga a pensar más en qué cuestiones nosotros fuimos responsables de aquella frustración que significó el sueño de construir una sociedad mejor en los años '70, que nos llevó a una violencia irracional por parte de una franja considerable de la sociedad argentina»

Jorge Sigal, nacido en San Juan en el año 1953, proviene de una familia comunista y a los 17 años viajó a Moscú para estudiar marxismo-leninismo en un instituto dependiente del Comité Central de la Unión de Juventudes Comunistas de la URSS (Komsomol). En 1984, cuando era miembro del Comité Ejecutivo de organización juvenil del PC en Argentina, renunció a su afiliación partidaria e incursionó, ya con treinta años, en el periodismo. Fue colaborador del matutino La Razón y del semanario El Periodista de Buenos Aires; director del mensuario de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos; secretario de redacción de la revista Gente y editor de los diarios Página 12 y Perfil. Desde 1999 y hasta su cierre, en enero de 2003, dirigió la revista 3 Puntos. Actualmente es director editorial de la empresa Capital Intelectual. En su libro El día que maté a mi padre: confesiones de un ex comunista, el periodista Jorge Sigal ofrece una biografía política hasta hoy inédita, donde el PC de Argentina queda al desnudo. 

Gabriel Salvia: ¿Cómo surgió la idea de publicar este libro y qué síntesis podría ofrecer?

Jorge Sigal: El libro es una novela testimonial que intenta, en primera persona, contar la historia de una persona que soy yo, que se llama Jorge Sigal y es el protagonista, y que vivió una gran ilusión que se llamó “el Partido Comunista” o “el objetivo central de construir el comunismo”; que vivió y lo gozó profundamente ese periodo, sobre todo en su juventud, en su primera adolescencia, y diría también que en su infancia, porque viene de una familia comunista, digamos que es un comunista genético. Luego va encontrándose con distintos motivos de desilusión que suelen tener los seres humanos cuando van creciendo, cuando van haciéndose preguntas. Ese protagonista que vive intensamente su pasión por el socialismo, su pasión por la revolución y que conoce tempranamente la Unión Soviética , a los 17 años, que es motivo de culto de su partido, que ama a sus dirigentes -porque encuentra en ellos quizá el reemplazo de una paternidad perdida porque su padre muere cuando él tenía 14 años en un trágico accidente- lo hace durante muchos años pensar en esta historia, reflexionar, porque siente que tiene todavía en el alma la ausencia de ese gran objetivo, es decir que va sintiendo como una gran carencia que no puede llenar nunca. Nada lo satisface como, lo satisfizo en su juventud, aquel objeto maravilloso que era tratar de convertir a la sociedad en una sociedad de mejores personas. Ésa es un poco la trama del libro. Por supuesto que hay anécdotas y algunas están contadas con dramatismo y otras están contadas con humor, porque también a la distancia este personaje ve que puede tomarse ya en broma algunas de las cosas que sacadas de contexto hoy pueden sonar un poco ridículas y que tienen que ver con la religiosidad, más que nada con las creencias que con las ideologías y la política. Es ése el objeto central de esta confesión y así está tratado en El día que maté a mi padre.

G.S.: ¿Qué significa para usted el Che Guevara?

J.S.: Yo creo que el Che se ha convertido, más allá de su intención, en un símbolo de entrega, de dedicación al prójimo, a poner la vida con la intención de que otros vivan mejor. Ése es para mí el significado del Che Guevara, más allá que yo, desde muy chico, me educara en un partido -y en algunas cosas no he cambiado- que no veía en el iluminismo o en la posibilidad de convertirse en vanguardia aislado de la gente, aislado del pueblo, la posibilidad de transformar una sociedad por esos caminos. Creo que por ahí viene la otra interpretación de Guevara que se ha educado también como estratega militar, como estratega de la guerra de guerrillas. Ése Guevara me interesa menos que el Guevara humanista, el Guevara preocupado por los otros seres humanos.

G.S.: Usted recuerda en su libro la preparación suya de un texto para un dirigente del Partido Comunista que le toca instalar al Che Guevara como un símbolo de los ideales del PC, cuando antes no había sido un referente partidario.

Jorge SigalJ.S.: Bueno, es que eso es parte de la comedia, o de lo que yo trato de tomar como comedia. Hay un giro violento en los años '83-'84 en donde el Partido Comunista, después de venir de una experiencia traumática para su militancia, de haber sido partidario de la convergencia cívico militar, es decir de haber apoyado a la dictadura de Videla, de golpe descubre que existe el Che Guevara -después de haberlo renegado toda la vida- y descubre que no solo existe, sino que ahora es objeto de culto y cambia su posición política de una manera que ya los clásicos, como Lenin, decían que es un síndrome habitual en los partidos de izquierda pasar del revisionismo de derecha al revisionismo de izquierda, sin ningún tipo de restricción, y eso es lo que yo trato de contar en el libro, que me parece tiene bastante de humorístico. De golpe hay un descubrimiento que incluso obliga a que yo, junto con mi dirigente Julio César que comanda ese cambio estratégico en la visón del partido Comunista, a mandar a comprar los libros del Che Guevara a las librerías, porque ni siquiera estaban en la literatura habitual que reproducía y editaba con tanta eficacia el partido comunista. Jamás editó un libro del Che Guevara el Partido Comunista a pesar de las tantas editoriales que tuvo el Partido Comunista, porque era considerado un aventurero. Se discutía mucho dentro de las filas del partido, se renegaba de ese costado aventurero de la guerrilla, e incluso muchas discrepancias con los cubanos, las que se fueron saldando de golpe. Entonces es por eso que tiene su parte cómica, que se instala por decreto. Alguien dice: “desde ahora tenemos que pasar a ser guevaristas”.

G.S.: ¿Por qué cree que en los grupos de Derechos Humanos hay tanta complacencia con un gobierno como el cubano, que de alguna manera contribuyó a bloquear en Ginebra una condena a sus verdugos, los militares?

J.S.: A ver, yo creo que hay una tendencia en la Argentina a lo políticamente correcto y en ese camino los cubanos han integrado siempre esa especie de idearios de la clase media progresista argentina, que cierta simpatía que surgió con la revolución cubana y que hace que uno tienda a ponerla entre los objetos que no son cuestionables, como todas los aberraciones que pueden haberse cometido durante la revolución cubana. Entonces lo más sencillo es decir “bueno: somos cubanistas, queremos a los cubanos, no se critica a los cubanos porque de alguna manera son la última invención de una parte del progresismo argentino, es la última experiencia socialista, la que resistió; y bueno, muchas de esas cosas que se han basado en hechos reales, por ejemplo en una tozuda postura de los cubanos para defender el socialismo, haber sobrevivido. Si antes existía el mito en torno a la Revolución Cubana , haber resistido incluso la caída del “Muro”, la caída de la Unión Soviética , ser reubicado, sobreviviendo con la ayuda de los chinos o de los vietnamitas, de alguna manera hace que eso esté muy establecido en la Argentina. Y creo por lo tanto que este gobierno, que es proclive a censar muy bien los sentimientos de la clase media argentina progre, haya adoptado este tipo de posturas.

G.S.: ¿Hasta qué punto cree que el progresismo en Argentina está lejos de ser una social democracia moderna como las europeas o sin ir más lejos como los chilenos?

J.S.: Yo creo que estamos un poquito lejos de la sensación, porque justamente, una de las cosas que no nos hemos procurado, quizá por la forma en que salimos de la dictadura, quizá porque salimos de la dictadura de una manera en donde teníamos la sensación de haber derrotado a la dictadura cuando en realidad la dictadura se infringió la mayor derrota al iniciar esa aventura en Malvinas, que obligó a una transición apresurada, y creo que una de las cosas que nos ha impedido, es hacer una buena discusión, un buen debate entre los protagonistas de la década del '70 de aquellas cuestiones por las cuales fracasamos en los '70. Yo siempre digo que me parece más interesante hablar de fracasos que de derrotas. Está claro que el fracaso puede estar infringido por una derrota, pero en este caso me parece que hablar de fracaso nos obliga a pensar más en qué cuestiones nosotros fuimos responsables de aquella frustración que significó el sueño de construir una sociedad mejor en lo años '70, que nos llevó a una violencia irracional por parte de una franja considerable de la sociedad argentina y que llevó a varias organizaciones juveniles, populares, a tomar el camino de la violencia. Ahora, y todo esto ¿cómo lo procesamos en estos años? ¿Cuántas discusiones tuvimos? ¿Cuántas políticas públicas se conocen de dirigentes de aquella época diciendo sí, nos equivocamos, son tibias, “siempre hicimos algunas macanas”? Pero siempre están en una categoría inferior comparadas con las aberraciones que cometió el terrorismo de Estado. Entonces el no haber podido discutir eso nos lleva a esta especie de neo infantilismo, una especie de época a tratar de reivindicar los años '70 a libros cerrados. Y es una cosa a la que yo me resisto, porque digo, en instancias que yo no soy dirigente de nada y sólo soy un periodista y ahora el autor de un libro, pero yo me resisto a decirle a mis hijos que estuvo fenómeno todo lo que hicimos en el pasado. Si yo les digo eso, les tengo que decir: “repitan la experiencia, hagan lo mismo porque nos fue bárbaro a nosotros”. Y la verdad es que no nos fue bárbaro. Vivimos una terrible tragedia y no todo se debió a la indudable bestialidad de la dictadura.

G.S.: ¿Cómo ve las causas que se han iniciado en contra de Isabel Martínez de Perón? Más allá de todos los desastres que hizo la dictadura militar y todo el terrorismo de Estado, ¿hasta qué punto la clase política se lavó las manos?

J.S.: Pero obvio que se lavó las manos, y ahora vamos a seguir presenciando, por el camino que se inició y por eso tiene su parte entretenida el asunto, más allá de que estemos hablando de cosas trágicas, que sigamos tirando del piolín y hasta dónde vamos a llegar. Yo me he convertido en un escéptico incorregible y no puedo tomar con entusiasmo que hoy se procese a Isabel Perón, y que uno de los jueces que pida la extradición de Isabel Perón sea Oyharbide, al que el propio progresismo condenó durante los años del menemismo como uno de los jueces de aquel tiempo y hoy tengamos la esperanza puesta en que se juzgue a Cafiero y a Ruckauf que pertenecen al mismo partido de gobierno. ¿Hasta dónde esta especie de revisión de los años terribles que vivimos, y que yo tuve que soportar cosas espantosas durante el gobierno de Isabel Perón, hasta dónde vamos a llegar? Porque esto lleva a Perón. Si uno sigue tirando de la punta no se salva nadie, porque efectivamente hay un grado de compromiso muy grande de la dirigencia argentina con todo lo que pasó. No se puede excluir a los empresarios, no sé pueden convertir todos ahora en defensores de los Derechos Humanos y decir “que importante lo que hicimos, qué grandes que fuimos”. El Partido Comunista proponía la convergencia del partido con el militar, pero el partido radical estaba dirigido por Balbín, y el partido peronista que es el mismo que luego hereda el partido menemista y que ahora es el kirchnerismo, tiene sus propios compromisos con aquel horror argentino. Y bueno, en algún momento se tendrá que madurar y la dirigencia argentina tendrá que madurar, y sino se va ir judicializando todo y que pase lo que tenga que pasar, pero me parece que es un camino sin retorno.

G.S.: ¿Qué opina de las experiencias políticas que se están produciendo en otros países como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil?

J.S.: Siempre digo que no soy un experto en izquierda, ni ensayista. Solo soy un autor y un periodista que tuvo militancia, y entonces hablo de experiencias personales. Yo tengo la sensación que el fenómeno que se está viviendo en América Latina tiene una parte interesante que es de búsqueda, de alternativas, porque evidentemente la vía neoliberal de lo '90 no solucionó los problemas de la gente, sino que los agravó. En esa búsqueda los otros sectores, los sectores sumergidos, han dado como resultado algunos fenómenos políticos de búsqueda. Creo de todos modos que nada de esto puede estar excluido de lo que mencionábamos a un comienzo, que estamos, en términos históricos, muy cerquita del fracaso que fue el sistema socialista. Entonces, como todavía no terminamos de procesar ese fracaso, que yo considero fracaso de la humanidad y que no me alegra, creo que fue en sus inicios, en los inicios del marxismo, una gran receta de búsqueda de las razones de la injusticia y por lo tanto también algún intento para encontrar caminos para solucionar los problemas de la inequidad del mundo. Pero eso derivó en un sistema con espantosas aberraciones. Entonces, lo de ahora, me pasa que sencillamente no puedo verlo con entusiasmo a Chávez repitiendo cosas que yo escuché hace 30 años, porque me resulta, como dijo Marx, que la historia suele repetirse como una farsa y esa es la sensación que yo tengo. Entonces, ¿qué camino se está ensayando? Bueno, será una búsqueda, de todos modos los gobiernos de Estados Unidos y suele pasar con los republicanos que ahora son un gobierno en decadencia pero que fue muy fuerte, que se distraen de América Latina y eso permite ir experimentado y buscando caminos y esa es la parte positiva que le encuentro.

G.S.: Muchos de estos regímenes son mezclas de nacionalismo y tienen características más fascistas que otra cosa.

J.S.: En América Latina, se dan esas mezclas que suelen incluir a militares que normalmente son de procedencia nacionalista. Si mal no recuerdo Chávez tuvo como asesor a algunos hombres que en su momento trabajaron con Seineldín. Si no me equivoco Norberto Ceresole era un hombre de confianza al principio, y fue un hombre que en su momento tuvo relación con los carapintadas. Entonces estas mezclas un poco de republiquetas que suelen tentar a América Latina, tienen este componente donde el nacionalismo se mezcla con marxismo precario y da estos resultados que uno no sabe muy bien a dónde conducen.

G.S.: Es que algunas cuestiones como la relación de Venezuela con Irán, que acaba en Naciones Unidas de negar el holocausto, ¿No le parece que ya estamos en un terreno muy peligroso?

J.S.: Sí, estamos en terreno peligroso y ahí viene otra vez esa tendencia a lo bien pensante a hacernos los distraídos, que tiene alguna parte de la intelectualidad argentina y que se deberían condenar con nombre y apellido y que este tipo de posiciones no se pueden tomar. Uno no se puede hacer el pavote y decir: “bueno por ahí Irán no nos gusta del todo, pero dejamos que Chávez la apoye porque nos conviene...”. No, no nos conviene nada, es el horror. Lo vamos a pagar esto porque este tipo de omisiones se paga. Ya lo hemos pagando en otras épocas de la historia argentina y Latinoamérica. Es un poco “cachibachero” todo lo que está dando esta izquierda nacionalista de América Latina

G.S.: Por último, me gustaría saber si ha recibido alguna opinión sobre su libro.

J.S.: La verdad es que estoy muy satisfecho que no son ensayos. Mi amigo Jorge Fernández Díaz los llama novela verdad, son experiencias que invitan a las otras personas a hacer sus propias confesiones. Entonces la verdad lo que he recibido más allá de opiniones muy calificadas de intelectuales como Carlos Ulanovsky, del rabino Daniel Golman, de dirigentes eclesiásticos; más allá de eso, lo que he recibido son centenares de cartas, de mensajes de gente que dice “a mí me paso más o menos lo mismo”. Y tiene que ver con lo que le decía en un principio, no tanto con la cuestión política, porque si bien creo que el libro es un libro político no es estrictamente un libro político, porque habla de sueños y decepciones. Hay una persona que menciono en el libro, no por nombre y apellido, y era mi vecino, hijo de un brigadier y amigo de la infancia. Y el hijo de ese brigadier a quien no veía desde hace 42 años, se puso en contacto conmigo y me dijo algo que me conmovió profundamente. Me dijo: “Jorge leí tu libro, estoy muy orgulloso que hayas sido mi amigo de la infancia. Yo tomé otro camino totalmente distinto del tuyo, yo milité en la derecha- y me dice en broma: “yo hasta voté a María Julia - y sin embargo siento exactamente lo mismo que sientes tu”. Es decir la sensación de vacío y de decepción no tiene que ver solo con las ideologías, tiene que ver con la propia existencia de los seres humanos, y eso me pareció muy conmovedor. Entonces vivo en un estado de emoción continua, porque me llaman muchos ex militantes que fueron compañeros míos, otros que no me conocen. Ha sido muy fuerte la repercusión que ha tenido el libro y más yo no podría pretender.